Mariana, madre de un estudiante con retraso psicomotor del desarrollo, relata lo angustiante que resulta para ella y su entorno, el encontrar un establecimiento de educación regular que acoja a su hijo. «Estoy hablando de la inclusión de niñas y niños funcionales que no califican para colegios diferenciales y que solo necesitan un poco de flexibilidad del sistema”. Falta de empatía. Una realidad que tristemente comparten muchas familias con hijos con necesidades educativas especiales.
“Ha pasado más de un año desde que escribí la primera carta abierta, para contar la experiencia que hemos vivido en el proceso de escolarización de mi hijo Martín. Hemos pasado por muchos especialistas tanto de medicina alópata como complementaria. Hemos observado en él elementos del espectro autista, trastorno de integración sensorial, retraso en el lenguaje expresivo, hipotonía y dificultades motoras, alergias alimentarias múltiples, etc., sin embargo, gracias al acompañamiento que hemos podido entregarle, hoy podemos decir que tiene un retraso psicomotor del desarrollo. ¿Qué significa esto? En la práctica significa que logra la mayoría de los hitos del desarrollo más lento y que tiene algunas dificultades de aprendizaje. Una cosa poca, al lado de tantos testimonios que he conocido este último tiempo.
Escribir la carta anterior (llamada «Mi hijo rarito busca colegio») no pretendía puntualmente conseguir un cupo para mi hijo, sino, visibilizar que somos muchas las familias que estamos pasando por esta situación y para la cual yo todavía no veo solución. En estos meses, he conocido muchas historias de procesos similares al mío, unas pocas experiencias de éxito y otras (la mayoría) traumáticas. Pero lo que más me ha llamado la atención es el abandono en que nos encontramos todos nosotros.
Encontrar colegio se ha transformado en un estrés para todas las familias. Ni siquiera los recursos económicos y la posibilidad de pagar por un colegio particular nos dan tranquilidad al momento de comenzar el proceso de escolarización de nuestros hijos. Imagínese cuando ni siquiera se tiene la oportunidad de elegir por falta de dinero.
La competencia es dura. La vida es dura. Pero es muchísimo más dura cuando ni siquiera puedes competir, simplemente porque las bases de la competencia no te consideran “apto”. Entonces, competimos entre nosotros. Miles (sí, somos miles) de niñas y niños intentando adjudicarse uno de esos 7 cupos para necesidades especiales en colegios municipales o subvencionados, o esa única vacante de inclusión por nivel en un puñado de colegios particulares pagados. Lo repito por si no lo leyó bien: Un solo cupo de inclusión por nivel, es decir, en un colegio de 30 alumnos por sala, con 3 cursos por nivel, con enseñanza básica y media completa, significa que solo hay un máximo de 14 alumnos con sistema de inclusión de un total de 1.260 alumnos. ¿Duele cierto?
Quizás nuestros hijos nunca serán parte de las grandes ligas académicas (o tal vez sí) pero tampoco lo sabremos si no encuentran un lugar de respeto donde puedan desarrollar sus propios talentos de acuerdo a sus capacidades, insertos en una sociedad que los acoja y no que los aísle. Con esto no estoy hablando de crear más colegios especiales o instituciones dedicadas a la discapacidad. Estoy hablando de la inclusión de niñas y niños funcionales que no califican para colegios diferenciales y que solo necesitan un poco de flexibilidad del sistema“