Luego de años de abordar la inclusión en el aula de alumnos con Necesidades Educativas Especiales, los expertos coinciden en que todos los estudiantes mejoran su aprendizaje, reforzándose las habilidades socioemocionales de toda la comunidad escolar. Sin embargo, existen algunas dificultades que vale la pena abordar.
Por: Marcela Muñoz Illanes de Grupo Educar

Cuando visitamos un colegio en Cerro Navia y pasamos a la capilla, a través del pasillo, a lo lejos se observaba una alumna en su escritorio, lleno de papeles, tomando notas. Se la veía contenta. Le preguntamos a Manuel Sánchez, coordinador del área Técnico-Profesional del Colegio Don Enrique Alvear, en Cerro Navia y que pertenece a la Red de colegios de la Fundación Irarrázaval, quién era. Nos contó que se trataba de Lisbete Labrin, una estudiante del colegio con necesidades educativas especiales, quien desde hace algunos meses realiza su práctica profesional en el establecimiento.
Explica Manuel que una “escuela inclusiva se relaciona con la comunidad educativa y ve a todos los agentes que interactúan con los estudiantes como educadores y formadores. De hecho, uno de los principales beneficios que esto arroja es una escuela comunicada, que se enriquece con las prácticas educativas de sus pares (a nivel profesional) y construye en el aula una rutina de trabajo y una didáctica que se ve enriquecida en la diversidad de estímulos, la cooperación del grupo de estudiantes y en la consolidación de ciertos aprendizajes. En el largo plazo, la educación inclusiva desarrolla las habilidades cognitivas y permite establecer las funciones ejecutivas y adaptativas necesarias para este mundo en movimiento”.
Como esa joven, existen otros alumnos en diferentes establecimientos que han logrado insertarse en la escuela y en su ámbito laboral. Porque hoy más que nunca, cuando se trata de hablar de educación inclusiva, nos cuenta la directora de Fundación Mis Talentos, Isabel Zúñiga, “se reconocen las diferencias de los alumnos, y a cada uno se le entregan apoyos para que pueda acceder al aprendizaje. Y si la educación de calidad es la que logra aprendizajes, entonces la educación inclusiva es educación de calidad porque ofrece acceso al aprendizaje a todos”.
Explica Vanesa Adasme, jefa de UTP del colegio Don Enrique Alvear en Cerro Navia, que la inclusión también es una oportunidad para incorporar elementos no solo cognitivos en el apoyo a los estudiantes, “como, por ejemplo, aspectos de la educación emocional asociados a la generación de vínculos afectivos, autoconocimiento y autoestima escolar, que sirven para anclar de mejor manera los procesos pedagógicos que demanda el currículo nacional. En definitiva, una escuela inclusiva se hace responsable por la trayectoria escolar de sus estudiantes en un sentido amplio, es decir, busca generar un sistema de oportunidades para aprender que valora la diversidad y releva las experiencias como fuente de crecimiento integral de sus estudiantes”.
Una comunidad escolar inclusiva, agrega Cynthia Duk, directora del Centro de Desarrollo e Innovación en Educación Inclusiva y del Programa de Magíster en Educación Inclusiva de la Universidad Central de Chile, “acoge a todos los estudiantes y allí todos se sienten reconocidos y valorados, lo que además supone desarrollar propuestas pedagógicas y curriculares más flexibles y diversificadas para lograr que todos participen y aprendan”.
Señala la experta, quien participó en el IV Seminario de Inclusión organizado por la Fundación Educacional Seminarium, que la investigación ha mostrado que el aprendizaje tanto en el ámbito social como académico se favorece en grupos heterogéneos, donde los estudiantes aprenden, por una parte, a valorar y respetar las diferencias “y, por otra, se benefician académicamente al interactuar con estudiantes con diversas capacidades, debido al efecto positivo que tiene la enseñanza entre pares”.
Aunque “abordar la diversidad de características y necesidades educativas en el aula no deja de ser complejo desde el punto de vista de la enseñanza y, por tanto, un reto importante para los docentes, al mismo tiempo –revela Duk– promueve el desarrollo de la capacidad creativa y de innovación. Por lo cual, los profesores se ven desafiados a explorar nuevas estrategias de enseñanza y a trabajar de manera colaborativa con otros profesionales”.
El Decreto 83
En esa misma línea es que en el año 2015 nació el Decreto 83, el cual promueve la utilización de la diversificación de la enseñanza como estrategia para acercar el aprendizaje a todos los estudiantes, partiendo de la base de que la diversidad del aula es un hecho que debe ser reconocido por los docentes. “Su implementación ha sido gradual, y este año llegó a sexto básico”, indican desde Fundación Mis Talentos.
A juicio de Isabel Zúñiga, son tres los principales aportes del decreto: “En primer lugar, ha permitido aumentar con fuerza la escala de la transformación de nuestro sistema en uno inclusivo. Antes del Decreto 83, la inclusión se restringía principalmente a los establecimientos con Programa de Integración Escolar (PIE), que correspondían a cerca de la mitad de ellos a nivel nacional y con fuerte concentración de matrícula en colegios municipales o socioeconómicamente vulnerables. El Decreto 83 es el primer instrumento de política que invita a todos los establecimientos de educación a trabajar por inclusión, sin importar su dependencia o tipo”.
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