Junio, el mes de los colores de la bandera del arcoíris, y que, en los últimos años, hasta flamean por casas y edificios como muestra de apoyo. Lo conocemos como el “mes del orgullo gay”, pero es más que eso, no sólo porque debemos hablar del “mes del orgullo LGBTIQA+” (porque la diversidad es muy grande), sino que también por los significados tras esta fecha. Podemos decir que celebramos y dignificamos la diversidad, pero principalmente conmemoramos hechos de violencia ocurridos en Stonewall en 1969, que se siguen produciendo cada año en el mundo.
Creemos que es el momento oportuno para reflexionar sobre los avances y desafíos que ha tenido la inclusión en el estudiantado LGBTI en los últimos años dentro de las comunidades educativas de nuestro país, y sobre la importancia de visibilizar sus derechos y oportunidades para seguir avanzando en la visibilización de la diversidad sexual y de género en el aula.
Para nuestro especialista en Equidad de Género y Diversidad Sexual y de Género, Cristian Dacaret, la inclusión educativa del estudiantado LGBTI en las últimas décadas, significa un gran avance si se compara con años anteriores, sin embargo, enfatiza en la necesidad de seguir visibilizando las discriminaciones que viven estos alumnos de manera de dejar de normalizarlas. “Y ahí creo que escuchar cómo viven (estas situaciones) en el colegio es un punto crucial. Ahí algo importante que ha cambiado es que frente a esto en algunos colegios los y las estudiantes LGBTI se han articulado mucho para enfrentarlo de manera colectiva y que sus demandas sean escuchadas” puntualiza.
¿Cuál es la situación de estudiantes LGBTI en la sala de clases actualmente?
Yo creo que hemos avanzado si pensamos lo que ocurría hace 10 o 15 años, específicamente en la discriminación que vive este grupo de la población en general, que es similar a la que viven en sus colegios. Por ejemplo, ya no es tan “políticamente correcto” como antes escuchar en el patio “ya po´, no seai maricón”. Se escucha todavía, sí, pero se cuestiona un poco más. O la manera que tiene el equipo docente de tratar a sus estudiantes. Ya no es tan sorprendente o no se cuestiona tanto si un estudiante le dice a su profesora o profesor que es gay. Y en esto, el trabajo que han tenido que hacer muchas comunidades educativas para promover la inclusión de estudiantes transgénero, ha servido bastante para ir naturalizando el tema, porque han tenido que responder también a las orientaciones que emanaron del Ministerio.
Pero hay que ser realista. Aún persisten las violencias y las discriminaciones hacia las diversidades sexuales y de género, en un nivel explícito, pero también implícito, y nos queda por avanzar. Sigue siendo necesario visibilizar las discriminaciones que viven para dejar de normalizarlas. Y ahí creo que escuchar cómo viven esto en el colegio es un punto crucial. Ahí algo importante que ha cambiado es que frente a esto en algunos colegios los y las estudiantes LGBTI se han articulado mucho para enfrentar esto de manera colectiva y que sus demandas sean escuchadas.
¿Qué desafíos están pendientes?
Yo creo que un desafío que tenemos por delante es que estos cambios que se están viendo comiencen a masificarse, en distintos contextos, por ejemplo, no es lo mismo lo que ocurre en una comunidad rural de lo que ocurren en el colegio de una gran ciudad. Y por supuesto, avanzar hacia una educación no sexista en general, que permita cuestionar más lo establecido y que creemos natural, pero que en el fondo no lo es, y tiene un trasfondo súper discriminatorio. Y eso implica que los colegios puedan contar con un plan de educación integral auténtico, que trabaje explícitamente sobre estos estereotipos, sobre la valoración de la diversidad sexual y de género, sobre prácticas de autocuidado independiente de la orientación sexual o de la identidad de género del estudiantado.
¿Por qué es importante visibilizar a esta parte de la población estudiantil?
Si lo miramos muy concretamente, pienso que aquí aplica el “lo que no se nombra, no existe”. Y es verdad. Si no nombramos a las diversidades sexuales y de género, anulamos subjetividades e identidades no normativas. Y como no responden a la norma, las omitimos. Y si lo pensamos, eso es súper violento, y muchas veces sin darnos cuenta esa anulación la reproducimos constantemente, y en un colegio también, porque es el reflejo de lo que ocurre en la sociedad. Es como si el estudiantado que cumple con la norma de género y lo esperado, las personas hetero-cis(género), son quienes tienen mayores referentes a lo largo de su proceso educativo y de su desarrollo en general.
Yo creo que debemos dejar de normalizar la idea del clóset, porque el clóset es para la ropa, no para las personas, da lo mismo tu identidad de género, tu orientación sexual o la forma en que quieres mostrar tu género al mundo. Y esa es la diversidad que debemos visibilizar; y promover más modelos y referentes que no sean hetero-cis(género). ¿Cuántos personas abiertamente homosexuales o transgénero hay en los libros, en las series y en las películas? ¿Y heterosexuales o cisgénero? Muchos, porque esa es la norma.
Ahora recién estamos viendo a un ministro en educación que se reconoce públicamente como homosexual, y eso es súper importante, porque entonces una persona gay sabrá que podrá llegar a un cargo de poder dentro de una empresa, por ejemplo, y no va a ver truncada sus trayectorias de desarrollo y aprendizaje. Y ese es el mensaje que queremos entregarle a nuestro estudiantado finalmente: que sus identidades no van a condicionarles, y van a poder elegir lo que quieran ser y hacer, sin ningún techo.
¿Qué se puede hacer para seguir promoviendo la inclusión de la diversidad sexual y de género en el espacio escolar?
Las comunidades escolares que yo he acompañado han desplegado distintas acciones y estrategias de las cuales podemos aprender. Y la literatura especializada también lo señala. No son cosas tan complejas, que modifican sustancialmente el currículum, pero su incorporación sí tiene un impacto importante. Estas acciones podemos situarlas en un nivel relacional y un nivel curricular. En el primero (relacional) podemos hacer algunos cambios en la interacción que tenemos con nuestro estudiantado. Por ejemplo, el uso de un lenguaje inclusivo en el aula, que le entregue el mensaje implícito a esa persona que “éste es espacio seguro”, en el que se puede hablar sin temor a que me enjuicien. Una vez un profe me dijo que en una clase habló de “chicas y chicos”, y al final este estudiante acercó a él para decirle: “profe, ud. no me nombró, yo no soy ni hombre ni mujer”.
Una buena estrategia podría ser, al iniciar el año, preguntar a tus estudiantes “¿cómo te gusta que te llamen? ¿Qué pronombre te acomoda más?” Ése es un guiño importante para hacer que el estudiantado LGBTI sienta que está en un contexto que lo apoya, y en este caso, que su profe no asume su identidad por el nombre con el que aparece en la lista.
Lo otro que podemos hacer es promover la representatividad en el estudiantado. Así, por ejemplo, un estudiante que es abiertamente parte de la comunidad LGBTI puede formar parte del centro de estudiantes y tener un rol de mayor liderazgo, incluso llegando a ser presidente o presidenta de una agrupación. En algunos colegios incluso el mismo estudiantado ha conformado colectivos y agrupaciones, a quienes sus mismos compañeros y compañeras pueden recurrir en caso que lo necesiten.
A nivel curricular hay varias cosas que también se pueden hacer, porque en general hay una escasa visibilidad de las temáticas LGBTI en el currículum escolar. Por ejemplo, en historia se podría hablar de la lucha del movimiento, y en qué contexto histórico surgió, o sobre el significado que tiene la sigla LGBTI. En la asignatura de lenguaje, por ejemplo, ¿cuántos y cuántas autoras LGBTI se conocen? Ahí se podrían incluir autores nacionales e internacionales que sean abiertamente LGBTI. Aquí tenemos un referente chileno clave, como Pedro Lemebel, o hablar de lo que permaneció por mucho tiempo oculto en el caso de Violeta Parra y la relación lésbica que tuvo, y promover un pensamiento crítico con el estudiantado sobre esto. Al final lo importante es cómo podemos cuestionarnos también y problematizar la idea de normalidad que está detrás de lo que llamamos el “sistema sexo/género”, es decir, de lo que se espera para un hombre o una mujer. Es central cuestionarnos las prácticas y discursos educativos que por tanto tiempo hemos tenido, y que sólo reproducen estereotipos de género y una idea súper binaria y heteronormada de las personas.